Este mes os traemos en nuestro blog la historia de Toni, un viajero empedernido que realizó el safari con nuestra agencia de viajes y luego se fue por libre hacia el oeste de Kenia, donde se localiza el lago Victoria y una de las zonas más auténticas y menos visitadas del país junto con la zona norte. Para poneros un poco en contexto, Toni es un chico de Córdoba (España) que viaja más que “Willy Fog”, debido a su trabajo tiene mucho tiempo libre y lo invierte en su mayor pasión que es viajar.
Se puso en contacto con nosotros a través de nuestro blog para pedir información del país y sus posibilidades. Enseguida hicimos muy buenas migas, además viajaba sólo por lo que le dije que se quedará a dormir en nuestra casa que teníamos sitio de sobra. Nada más llegar a Nairobi le teníamos preparada una buena cena típica keniana (mukimo, ugali, nyama…) que le había preparado mi mujer y luego nos fuimos de fiesta por la ciudad. Nos estuvo contando todos los países que ha viajado y tela… yo me considero que he viajado… pero él honestamente, es algo de otro mundo, jajaja. Kirgistán, Togo, Ghana, Namibia, Uganda, 6 meses en Filipinas, casi todos los países de Sudamérica, y suma y sigue. Lo mejor de todo con la humildad que lo cuenta. Yo ya le decía que si tuviera un blog de viajes que se quite Paco Nadal, jajaja. Bueno, sin más dilación, os dejo con su relato. Espero que lo disfrutéis, que sirva para quitar un poco los prejuicios que se tiene cuando se viaja a África y que os anime a venir a Kenia!!
Trayecto hasta el lago Victoria
Nunca te creas lo que te cuenten de un pueblo si no has comido en sus casas. En Kenia no fueron pocas las casas en las que fui invitado a compartir mesa sin mantel, la primera la de mis cicerones, Eduardo y Loise. Pero no va de comida keniana esta historia sino de una de las mejores experiencias de mi dilatada vida viajera.

Acababa de disfrutar con un enano de mi primer safari en la Reserva Nacional del Masai Mara. Cuando tocaba regresar a Nairobi aún tenía varios días para rodar por el país improvisando y, sin nada planeado, pensé en hacer una expedición por alguno de los pueblos a orillas del lago Victoria. Pregunté al conductor que nos llevaría de regreso a Nairobi desde el campamento cómo podía ir yo solo hasta la zona del gran lago y me explicó que me podría dejar en la ciudad de Narok, allí encontraría transporte hasta cualquier pueblo que quisiera visitar. Dicho y hecho.
Era jueves. Salimos temprano y tras unas dos horas por carreteras sin asfaltar y caminos de cabras llegamos a Narok. Me despedí del grupo del safari y me bajé en la estación de buses. Justo al llegar me informaron de que iba a salir un bus dirección a Kisii; para mi ruta me iba bien cogerlo así que monté para no tener que esperar sin saber hasta cuando la siguiente opción.
En Kisii sí me tomé un tiempo para pasear y comer algo. Se notaban muchas más miradas de curiosidad que en Nairobi, pero nunca como gesto de rechazo o mala intención. Me sorprendió ver varios comercios propiedad de hindúes, los vi también en pueblos bastante perdidos de Uganda, deben estar montando sus pequeños negocios por toda esta zona de África.
Los pueblos que rodean el famoso lago son zonas totalmente libres de turistas, al menos en Kenia, salvo alguna pequeña excepción. Vuelvo a hacer referencia a Uganda porque allí, siendo un país infinitamente menos turístico, sí sé que van llegando visitantes a Entebbe o a Jinja, aunque sea a cuenta gotas, a este último por estar en esa zona el nacimiento del río Nilo; un pueblo divertido y curioso de visitar.
Uno de los muchos locales con los que hablé me informó de que en la parte keniana hay una islita dentro del gran lago preparada para acoger turistas, Takawiri Island. Se llega cogiendo un bote-lancha desde un pueblo llamado Mbita. Por si alguno se aventura… No llegué a ir.
Llegamos al lago Victoria
Homa Bay es un municipio de unos 60000 habitantes. Llegué sin saber si me iba a quedar dos, tres o cuatro días o alguno más. Por el camino pude ver en el teléfono varios hotelitos u hostales económicos, suelo moverme así sin reservar alojamiento salvo en algunas grandes ciudades. La primera noche la pasé en un lugar sencillo pero muy decente de nombre Staridge Limited por unos 10€. Se podía reservar online pero recuerdo que rondaba el doble del precio real. Está en la entrada del pueblo, a unos 5 minutos en moto del puerto. Las motos por un trayecto corto cobraban apenas 20 chelines (0,15€).
El pueblo se encuentra a orillas del famoso lago, aunque olviden una imagen idílica de lugar paradisíaco donde darse un baño, al menos aquí.

Allí mismo, junto a los barquitos de los pescadores, hay un mercado caótico, con mucho desorden pero muy pintoresco, lleno de vendedores ofreciendo pescado, verduras y otras comidas y productos varios. El HomaBay Pier Market.

Pasé algunas horas deambulando por las calles, sobrellevando el calor pero disfrutando de los sonidos y las vistas. El colorido de las ropas, las pilas de frutas y verduras, las cajas de productos se abren paso entre los gritos, las discusiones y el trueque, vendedores y compradores. Y por supuesto, entre tanta humildad no faltaban las sonrisas.
Después de haber aprendido algunas palabras y frases de supervivencia en kiSwahili, rápido me informaron que allí lo entendían pero que tienen su propia lengua, la cual, como intento hacer por donde paso, también quise aprender para al menos poder saludar… misawa!
Y es que en Homa Bay habita la tribu de los LUO, a los que Edu ya nos presentó en su día en este post:
– Las 43 tribus de Kenia
En ese mercado junto al puerto, ya en mi tercer día, conocí a Rooney, Solomon y Félix, tres jóvenes veinteañeros a los que me quedé mirando cómo ataban un colchón para transportarlo en una moto de las “clásicas” que se ven allí. Uno de ellos al verme, saludó y me acerqué.
-“Mambo, jambo, hola” les saludé.
-Hola, ¿de dónde eres?
-España, de una ciudad llamada Córdoba, en el sur, pero trabajo en Madrid.
-Ah, Madrid. Soy seguidor del Barcelona, pero siempre me gustó Mourinho, dijo Félix.
-“Conozco Barcelona, una hermosa ciudad”, contesté.
Nos preguntamos los nombres y me dijeron que los tres eran amigos y trabajaban como profesores en una escuela a las afueras del pueblo.
-¿Estás aquí en Homa Bay de paso o duermes en el pueblo?
-Estoy aquí desde hace dos días. Habláis muy buen inglés, mejor que yo.
-Gracias. ¿Y qué estás haciendo en Kenia?
-Solo viajando. He estado en Nairobi, Naivasha, Mukonos y el Masai Mara, vine desde allí. Quería conocer gentes y cómo es la vida en otras zonas del país.
Tras hablar un momento entre ellos me dijeron:
-“Si quieres, nos gustaría invitarte a que vengas con nosotros a visitar nuestra aldea, está cerca, eres bienvenido. Hemos venido al pueblo a comprar esta cama y ya regresamos, pero puedes montar en la moto de Solomon”.
No dudé ni un segundo en aceptar la invitación. Les entendí que su aldea estaba cerca, como a un kilómetro, pero qué carajo, entendí mal y me llevaron por las montañas atravesando caminos pedregosos, a unos 20 minutos en moto.
En GoogleMaps no aparecía el lugar pero se puede ubicar cerca de otro pueblo o aldea de nombre Olare. Puro monte. Aquello no era siquiera lo que en España consideraríamos una aldea, pero se notaba que había mucha gente viviendo por la zona en casas muy desperdigadas. El paseo en moto fue una gozada por parajes vírgenes. Y aún mejor fue después caminando.
Al llegar me llevaron a la escuela que al ser sábado estaba sin niños, pero me presentaron a algunas personas que vivían allí mismo, quienes me saludaron con enormes, radiantes y genuinas sonrisas.
-¿Qué hace exactamente aquí la gente para ganarse la vida? pregunté.
-Viven de la agricultura, la pesca y ganadería. A veces la gente viene a comprarlo y a veces vamos a venderlo en la ciudad. Come, come, haz lo que harías en casa, no seas tímido.
-¿Y cómo es trabajar aquí con los niños?
-Trabajamos desde temprano en la mañana hasta la tarde. Algunos niños caminan varios kilómetros para venir a la escuela y vienen con ganas de aprender y compartir tiempo con sus amigos. Algunas clases son en luo o kisuahili y otras en inglés.
Después de un rato conversando al aire libre nos sentamos dentro de una sala alrededor de una vieja mesa. Habían cocinado un pescado delicioso que tocaba compartir. Colocaron en medio un enorme plato de ¿posho? ¿ugali? (la masa de harina de maíz que es plato básico en Kenia, Uganda, Tanzania y otros), nos repartirnos con el cucharon y ya a la vieja usanza, a mano.
Mientras almorzábamos me preguntaron si quería acompañarles por la tarde a ver un partido de fútbol que estaba programado entre chavales de la zona. Félix, el fan del Barca y Mourinho, entrenaba a uno de los equipos. Por supuesto acepté y tras reposar la comida un rato emprendimos el paseo. El campo de fútbol estaba a unos 30 minutos caminando, por donde pasábamos la gente alucinaba al ver a un mzungu (hombre blanco) allí. Algunos pequeñajos se asustaban, como si fuera el primer mzungu que vieran.
Por el camino me preguntaban:
-¿Cuánto tiempo te quedarás con nosotros?
-Bueno, si no os importa, ¿creeis que podría quedarme a cenar?
-¡Nos encantaría! gritó Félix con su voz resonando por encima de los demás. ¡Puedes quedarte también esta noche, una semana, el tiempo que quieras!
Cuando llegamos al “estadio” vi que aquello era cualquier cosa menos lo que aquí se entiende por un campo de fútbol. Las porterías eran, cómo diría… mejor lo ilustramos:
Pero lo importante por supuesto es poder practicar deporte entre amigos, y de eso sobraban, tenían hasta jueces de línea y espectadores, ¡y no eran pocos!
Los niños alucinaban con la cámara compacta, se agolparon a mi alrededor rogando que les tomara fotos y riendo a carcajadas al ver los resultados en la pequeña pantalla. Algunos quizá no se habrían hecho nunca una foto.
¿Ves lo pobres que somos? me dijo Félix sentado en el “banquillo”. Se han olvidado de nosotros, el gobierno, el resto del mundo. Mucha gente ha intentado llamarlos para decir que no tenemos electricidad, que las casas y los campos han sido destruidos, que el camino se ha derrumbado, pero no vendrán. Se olvidaron de nosotros, nos dejaron que nos valiéramos por nosotros mismos. Pagamos impuestos por esta tierra y por la electricidad, ¿te imaginas? ¡no hay carretera para llegar aquí! Solo un viejo camino que necesita reparación. Lo viste, pero no lo harán. Sin carretera nuestras pequeñas tiendas están vacías, el punto médico no tiene medicamentos… y eso somos nosotros, ¡imagina los pueblos más allá en las montañas! Algunos de ellos tienen que caminar durante muchas horas para llegar a algún lugar y de todos modos están peor que nosotros; ni siquiera pueden cultivar frutas y verduras allí. Aquí tenemos personas enfermas. Solo estamos orando para que alguien venga a reparar ese camino y ni siquiera es posible imaginar que en algún año futuro podamos tener asfalto…
El fútbol concluyó y tocaba regresar antes de que anocheciera, sin dejar de conversar por el camino y al llegar de nuevo a la escuela.
-Kenia debe ser el país número uno en el mundo por corrupción, simplemente se llevan todo por sí mismos y no devuelven nada….¿No temías venir a un lugar como este?
-Miedo no. Sabía que, en general, la tribu de los Luo tienen fama de ser gentes hospitalarias.
-¡Por supuesto! respondió. Eso es lo que vivimos, amamos la hospitalidad. La mayoría solo somos personas buenas, sencillas y honestas. Sin embargo, no confíes en todos, algunas personas son buenas pero otras son malas. ¿Cuáles son sus impresiones sobre el condado de Homa Bay y de la gente de aquí?
Tuve que pensar con cuidado, ya que la verdad directa podía sonar demasiado como adulación.
-Conocí gente hospitalaria, amable y amigable. Además, me sorprendió porque es muy fácil para mí hablar con las personas, comprenderlas y construir relaciones. Muchas personas me han ayudado a pesar de que soy un completo desconocido para ellos.
-La gente aquí es buena porque tiene fe. Trato de ayudar a las personas todo el tiempo y siempre hago el bien. La gente necesita fe. Creo que si no tienes fe , obtienes muchos delincuentes, drogadictos y alcohólicos. ¿Pero qué piensas de esto como un lugar para vivir, sobre la calidad de vida de las personas?
Esa fue una difícil. ¿Me estaba poniendo a prueba de alguna manera?
-Obviamente los salarios son bajos… comencé.
-Por supuesto que sí, intervino uno de ellos. Recibo 500 dólares al mes trabajando para una gran empresa y se me considera muy acomodado. Tengo tres casas alrededor del pueblo, las construí todas yo mismo. Pero un guardia de seguridad obtendrá 70 dólares al mes y un profesor igual o menos. Por eso todos van a trabajar a Nairobi.
Luego terminé lo que había estado a punto de decir: Pero ten en cuenta que aquí puedes ser mucho más rico que mucha gente de Europa o Norteamérica. Tienes tradiciones muy fuertes de hospitalidad, apoyo de tu comunidad, fuertes lazos familiares, aire fresco, comida natural saludable, casi no hay delitos…
-¡Eso es lo que pienso también! se emocionó Félix, casi extasiado. Es por eso que nunca volveré a Nairobi, porque preferiría vivir aquí antes que en cualquier otro lugar. Aquí, si alguna vez necesito algo, solo tengo que preguntarle a mi familia, amigos y vecinos. A veces ni siquiera pregunto, como ahora, mi vecino vio que tenía un invitado y sacó estas frutas del árbol en su jardín. Y lo mismo para ellos, si alguna vez necesitan algo o tienen un problema, todos se reunirán y ayudarán.
-¿A dónde irás después de Homa Bay? preguntaron.
-Probablemente a Kisumu antes de regresar a España.
–Esa ciudad es peligrosa. Deberías quedarte en Homa Bay o ir a otros pueblos cercanos, como Olare.
-Creo que tienes razón, prefiero lugares como este, la naturaleza, conocer gente como vosotros. Sonrieron, complacidos.
-Si quieres mi consejo…Estamos viviendo en un mal momento: hay borrachos agresivos y bandidos por todas partes. No es seguro para ti solo ir a las grandes ciudades, están llenas de gente mala. Y llama a tus padres y diles que estás bien. Lo más importante es que tu familia no se preocupe. Si no tienen noticias tuyas, se preocuparán.
-Gracias por el consejo amigo.
La conversación continuó divagando y haciéndonos una pregunta tras otra. ¿Y qué haces en Madrid, en qué trabajas? ¿Puedes hablarnos de tu familia?
Pero fuera de las preguntas protocolarias me llovían otras curiosas, en un intento por saciar su apetito aparentemente insaciable de información sobre España, al mismo tiempo que demostraban que ya sabían infinitamente más sobre mi país de lo que yo sabía sobre el suyo. ¿Considero que España tiene una democracia real? ¿Apoyo a los Reyes? ¿Había viajado por Cataluña? Tales temas continuaron hasta que cayó la noche cerrada y empezaron a recogerse para no mucho más tarde ir a descansar.
-Lamento que hayas tenido tan poco tiempo aquí, me dijo Solomon. Deberías conseguir una esposa keniana y venir aquí a vivir. Tengo una tienda de campaña que puedes instalar detrás de la cabaña y vivir en la aldea mientras encuentras casa”.
Cuando por un segundo estuve solo con Félix le dije: Por favor, toma esto. Realmente me gustaría daros un regalo para agradecer vuestra amabilidad, es una tradición que siempre doy un regalo a mi anfitrión cuando me quedo en su casa, pero ahora mismo no tengo nada que dar más que dinero así que, si no te ofendes, me gustaría darte esto para invitar a algo a todos.
Los ojos de Félix cambiaron de manera casi imperceptible, una especie de mirada vacía e indiferente apareció en ellos, incluso podría haber insinuado una hostilidad apenas perceptible.
-Guarda eso, no lo tomaré, dijo, mirándome a los ojos.
-Escucha, sé que es tu tradición no aceptar dinero de la gente, supliqué, pero ¿no puedes hacer una excepción aquí? Me harás sentir mucho mejor si me dejas seguir con mi tradición y dar este regalo, aunque desearía que hubiera algún otro detalle que pudiera regalar.
-No te invitamos aquí por dinero, dijo Félix solemnemente.
-Te pido disculpas amigo. Solo quería agradeceros de alguna manera, dije, retrayendo mi mano extendida con el dinero en ella. Habéis sido muy amables, lo he pasado muy bien.
Ya fuera de su casa, a la sombra de un árbol, nos despedimos sinceramente. Toda frialdad y torpeza habían desaparecido ahora que el dinero había sido olvidado. Las sonrisas abundaban. Salí de la escuela y recorrí el camino de piedras hasta donde una vieja moto destartalada esperaba para llevarme de regreso a Homa Bay.
Por ahí leí que los Luo tienen fama de vividores y fiesteros. Mal hecho cuando se generaliza así sobre toda una tribu (en España sabemos un poco de eso de generalizar sobre la gente de distintas regiones), pero desde luego si algo no faltaba en Homa Bay era… ¡fiesta!
Tuve la suerte de poder disfrutar del ambiente durante el fin de semana, de día y de noche. Hay tres discotecas en el pueblo, muy diferentes, una más pija (en el contexto africano) de nombre Vanity Lounge. Otra barriobajera total de nombre Regol o algo así. Y la tercera era un término medio. Fue en esta última, Oxza, donde más tiempo pasé, en un amplio bar lleno de mesas altas al aire libre, con buen ambiente, cocina, música y baile hasta las tantas. La discoteca pija muy bonita pero pedí una bebida espirituosa, la sirvieron caliente y al pedirles hielo no tenían… son sus costumbres y hay que respetarlas…
Las noches que salí me sentí seguro, aunque siempre usando el más común de los sentidos. También me encontré una pelea en uno de los baretos y me hablaron de problemas con la policía en las calles, especialmente de noche. Me pasó que estando en la entrada del antro al aire libre apareció de repente un grupo corriendo como correcaminos que huyen del coyote, ¡y en este caso lo hacían de la policía! uno de ellos quiso meterse en el sitio justo cuando me encontraba en la entrada, apenas lo vi venir y del empujón que me dio con la inercia de intentar apartarme salí volando, por suerte no fue más que una anécdota pero sirve para ubicarse.
–“La policía por aquí es realmente mala” me dijo uno de los trabajadores del hotel.
-¿Por qué dices eso? pregunté.
Parece ser que algunos policías pueden fastidiar mucho abusando de su autoridad, me contaron que si te cogen de noche caminando te pueden pedir dinero o directamente vaciarte los bolsillos, lo que no me quedó claro es si se lo harían a un turista también, sabiendo la necesidad y corrupción que hay no me sorprendería. Este trabajador del hotelito me contó que le habían llevado dos veces al calabozo por nada, solo para sacarle dinero.
Una de las noches compartí tragos con dos jóvenes médicos, un francés y una canadiense que estaban trabajando para Médicos sin fronteras. Me advirtieron de que esta zona tiene una de las tasas más altas del mundo de VIH, sobre un 25%. Mucho cuidado con esto también.
Después de alargar la noche del sábado hasta tarde disfrutando de nuevo de la música, el baile y la alegría de la gente, el domingo tocaba regresar a Nairobi y volver a reunirme con Edu.
Lo más cómodo para regresar a la capital es ir de Homa Bay a Kisumu en una furgoneta colectiva y allí coger un vuelo que rondó los 40€, y los debe haber más baratos.
Ir de Homa Bay al aeropuerto también fue un poco odisea. Antes de montar en el matatu pregunté cómo llegar al aeropuerto: al llegar a Kisumu solo tenía que bajar de la furgoneta y cualquier mototaxi me llevaría con la pequeña maleta entre las piernas del motero por una cantidad irrisoria.
Total que en un par de horas llegué a la estación de trolebuses de Kisumu y allí parecía que se bajaba DiCaprio, me acorralaban de forma más o menos cordial buscando montarme no sé si en carros, en motos o en burros.
Entre el tumulto vi a un joven que estaba tranquilo sin atosigarme y a él le pedí que me llevara al aeropuerto. Me pidió el módico precio de 1€ al cambio, pensé que no estaríamos muy lejos pero el aeropuerto resultó estar donde Cristo perdió los clavos. Por suerte el trayecto era asfaltado y pude despedirme de Kisumu sin sobresaltos.
Si como yo, viajas “huyendo” de donde pisa el hermano blanco, o simplemente viajas a África buscando conocer algo más que lugares turísticos, no dejes de visitar alguno de los muchos pueblitos kenianos a los que aún no llegamos en masa los “mzungus”. Y si no te decides por cual, te animo a hacerlo casi al azar, como hice al ir de Nairobi a Machakos. Pero esa es otra historia…